lunes, 3 de noviembre de 2014

Artículo ya publicado por el mismo autor (yo) para la revista Miel de Naranjas.

En Nutrición no todo vale. Al llevar a cabo una dieta, ya sea para bajar peso o aumentarlo, buscamos que ésta sea lo más saludable posible, o, al menos, es lo que debería hacer todo el mundo. De poco vale estar mejores por fuera cuando te has dañado por dentro.
Así de mal funcionan casi todas las llamadas 'dietas milagro'. Tenemos el caso de Dukan (expulsado de su profesión de médico, por cierto), la dieta del grupo sanguíneo, la dieta Osmin... y cientos de ejemplos más, donde la ciencia ha demostrado que no tienen efectividad a largo plazo.



El gran engaño que todos los autores de estas dietas proponen es sencillo: consiguen que el lector vea el “método” como algo atractivo a través de determinados alimentos o resultados estrambóticos.
En la mayoria de los casos, el método funciona a corto plazo, pero no es por el sistema en sí, es por algo tan sencillo como que la persona que practica el método “milagroso” acaba consumiendo menos kilocalorías de las que consumía antes de empezar con la dieta. Es decir, está llevando a cabo una dieta hipocalórica. ¡Pues claro que tiene que perder peso, es pura física! ¡Termodinámica!
Si pasas de comer 2700kcal a comer 1800kcal a base de proteínas y verduras -por ejemplo-, está clarísimo que va a haber un descenso del peso. Pero para llegar a esa conclusión no hace falta comprarse ningún libro.

A largo plazo, este tipo de dietas son un desastre, ya que nadie aguanta las pautas siempre, y al dejarlas, se produce el llamado efecto rebote.
Aparte, las dietas milagro eliminan muchísimos nutrientes esenciales para vivir saludablemente (micronutrientes, aminoácidos, ácidos grasos...).


Si quieres perder peso en un tiempo relativamente corto, no compres ningún método engañabobos, ve a un buen nutricionista.

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